lunes, 27 de diciembre de 2010

Entonces llegué luego de un viaje nocturno un poco largo, como un alma errante sin rumbo y estaban allí sentados en medio del desierto esperando lo mismo que yo, que algo grandioso sucediera. Estuvimos conversando un rato cuando de pronto las montañas rojas coloridas por la magia de la naturaleza empezaron a silvar como si lo hicieran para nosotros, como si asi de la nada nos hubiéramos convertido en un rito de todo lo que existía a nuestro alrededor.

En ese momento, despues de tanto anuncio, las montañas se quedaron calladas un momento como si sintieran que algo se acercaba... y aparecieron. Aparecieron como viajeros, como reyes magos, al igual que yo, sin rumbo ni destino en ese momento. Eran colores que aparecian y desaparecian al ritmo de la música de la naturaleza, al ritmo del mar que de pronto apareció en la escena, un mar brillante por los reflejos de la luna tan hermosa que también iluminaba a la pachamama, que ahora reflejaba en su arena casi de diamante azules y morados que venian del cielo, uno que ahora habia sido invadido por danzantes que al morir, y lo digo nuevamente, dejaban a su paso colores tan bellos y geniales en todo el cielo.

Los colores por momentos explotaban, se hacian un poco mas grandes y las plantas muertas alrededor de nosotros cobraban vida poco a poco, se volvian verdes y casi bailaban al ritmo del sonido ancestral. La ahora nube gaseosa de colores se volvia un ser vivo, nos miraba fijamente, era como un mounstro del cielo que solo aparecía rara vez y para maravilla nuestra apareció, mejor dicho nació detras de las montañas que anunciaban su llegada. Y sin decirnos nada, ni una sola palabra se esfumó como el genio de la lámpara de aladino y se escondió de nuevo entre las montañas.

Nuevamente, redescubrí el misterio de la vida esa noche.

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